La solemnidad de san José es para la Iglesia en España la ocasión
apropiada para ayudar a todo el Pueblo de Dios a tomar conciencia
de la importancia del Seminario Diocesano, casa y corazón de la diócesis, donde germinan las semillas de las vocaciones al sacerdocio
ministerial. Desde hace bastantes años estamos llevando a cabo estas jornadas de la Campaña del Seminario en un contexto de honda
preocupación por el descenso de candidatos al sacerdocio. Ya decía
san Juan Pablo II que «la falta de vocaciones es ciertamente la tristeza de cada Iglesia», y esta era la razón por la cual «la pastoral vocacional exige ser acogida, sobre todo hoy, con nuevo, vigoroso y más
decidido compromiso por parte de todos los miembros de la Iglesia»
(PDV, n. 34). Los Obispos españoles, por su parte, ofrecieron una
carta pastoral sobre esta temática y lejos de quedarnos en una inútil
tristeza, nos decían que «es la hora de la fe, la hora de la confianza
en el Señor que nos envía mar adentro a seguir echando las redes en
la tarea ineludible de la pastoral vocacional». La Iglesia en España está empeñada con gozo en la tarea de
la evangelización, en sintonía con las insistentes llamadas a vivir
un tiempo de «conversión pastoral misionera» del Papa Francisco,
en continuidad con el Concilio Vaticano II, y los papas que han pastoreado a la Iglesia universal. Todo ello nos lleva a concluir que la campaña
vocacional hemos de vivirla en un contexto de evangelización y de
propuesta gozosa de la vida del Evangelio, aunque este año con la oración por las vocaciones por la pandemia del coronavirus que nos ha obligado a posponer la campaña.
El lema elegido para esta campaña, «Pastores misioneros»,
intenta recoger, sin agotarla, la identidad del sacerdocio ministerial.
Los sacerdotes, en cuanto que participan del sacerdocio de Cristo
Cabeza, Pastor, Esposo y Siervo (PDV, n. 15), son llamados en verdad «pastores de la Iglesia»; y en cuanto enviados por Cristo, con
los Apóstoles (Mt 28, 19ss), son esencialmente misioneros dentro de la Iglesia.
San Juan Pablo II, en el capítulo dedicado a la pastoral vocacional en la exhortación PDV, comienza citando el primer encuentro de Jesús con los primeros discípulos en el evangelio de san Juan
(Jn 1, 35-42), y dice que «la Iglesia encuentra en este Evangelio de la
vocación el modelo, la fuerza y el impulso de su pastoral vocacional,
o sea, de su misión destinada a cuidar el nacimiento, el discernimiento y el acompañamiento de las vocaciones, en especial de las
vocaciones al sacerdocio» (PDV, n. 54). Los pastores son, ante todo,
discípulos de Jesús, que le buscan, le siguen y permanecen con Él.
San Agustín, en su famoso sermón sobre los pastores, afirma
con gran belleza: el pastor es también un cristiano, miembro del
rebaño que Jesús ha congregado en torno a sí mismo.
Nunca deja de ser discípulo aquel que fue llamado a ser pastor. Así
lo podemos ver con claridad cuando Jesús pide
confesar a Pedro tres veces su amor por Él y después le da la misión,
«pastorea a mis ovejas» (Jn 21, 15-17) y concluye con la llamada propia del discípulo: «dicho esto, añadió: sígueme» (Jn 21, 19). Todos tenemos que colaborar con el Señor en el
surgimiento de nuevas vocaciones sacerdotales, lo primero y principal que hemos de hacer es que haya comunidades cristianas capaces de suscitar ese encuentro con Cristo que entusiasme, enamore y provoque. Así lo decía
el papa Francisco: «En muchos
lugares escasean las vocaciones a la vida sacerdotal y consagrada.
Frecuentemente esto se debe a la ausencia en las comunidades de
un fervor apostólico contagioso, lo cual no entusiasma ni suscita
atractivo. Donde hay vida, fervor, ganas de llevar a Cristo a los
demás, surgen vocaciones genuinas».