jueves, 19 de marzo de 2020

San José, Día del Seminario.

La solemnidad de san José es para la Iglesia en España la ocasión apropiada para ayudar a todo el Pueblo de Dios a tomar conciencia de la importancia del Seminario Diocesano, casa y corazón de la diócesis, donde germinan las semillas de las vocaciones al sacerdocio ministerial. Desde hace bastantes años estamos llevando a cabo estas jornadas de la Campaña del Seminario en un contexto de honda preocupación por el descenso de candidatos al sacerdocio. Ya decía san Juan Pablo II que «la falta de vocaciones es ciertamente la tristeza de cada Iglesia», y esta era la razón por la cual «la pastoral vocacional exige ser acogida, sobre todo hoy, con nuevo, vigoroso y más decidido compromiso por parte de todos los miembros de la Iglesia» (PDV, n. 34). Los Obispos españoles, por su parte, ofrecieron una carta pastoral sobre esta temática y lejos de quedarnos en una inútil tristeza, nos decían que «es la hora de la fe, la hora de la confianza en el Señor que nos envía mar adentro a seguir echando las redes en la tarea ineludible de la pastoral vocacional». La Iglesia en España está empeñada con gozo en la tarea de la evangelización, en sintonía con las insistentes llamadas a vivir un tiempo de «conversión pastoral misionera» del Papa Francisco, en continuidad con el Concilio Vaticano II, y los papas que han pastoreado a la Iglesia universal. Todo ello nos lleva a concluir que la campaña vocacional hemos de vivirla en un contexto de evangelización y de propuesta gozosa de la vida del Evangelio, aunque este año con la oración por las vocaciones por la pandemia del coronavirus que nos ha obligado a posponer la campaña. El lema elegido para esta campaña, «Pastores misioneros», intenta recoger, sin agotarla, la identidad del sacerdocio ministerial. Los sacerdotes, en cuanto que participan del sacerdocio de Cristo Cabeza, Pastor, Esposo y Siervo (PDV, n. 15), son llamados en verdad «pastores de la Iglesia»; y en cuanto enviados por Cristo, con los Apóstoles (Mt 28, 19ss), son esencialmente misioneros dentro de la Iglesia. 

      San Juan Pablo II, en el capítulo dedicado a la pastoral vocacional en la exhortación PDV, comienza citando el primer encuentro de Jesús con los primeros discípulos en el evangelio de san Juan (Jn 1, 35-42), y dice que «la Iglesia encuentra en este Evangelio de la vocación el modelo, la fuerza y el impulso de su pastoral vocacional, o sea, de su misión destinada a cuidar el nacimiento, el discernimiento y el acompañamiento de las vocaciones, en especial de las vocaciones al sacerdocio» (PDV, n. 54). Los pastores son, ante todo, discípulos de Jesús, que le buscan, le siguen y permanecen con Él. San Agustín, en su famoso sermón sobre los pastores, afirma con gran belleza: el pastor es también un cristiano, miembro del rebaño que Jesús ha congregado en torno a sí mismo. Nunca deja de ser discípulo aquel que fue llamado a ser pastor. Así lo podemos ver con claridad cuando Jesús pide confesar a Pedro tres veces su amor por Él y después le da la misión, «pastorea  a mis ovejas» (Jn 21, 15-17) y concluye con la llamada propia del discípulo: «dicho esto, añadió: sígueme» (Jn 21, 19). Todos tenemos que colaborar con el Señor en el surgimiento de nuevas vocaciones sacerdotales, lo primero y principal que hemos de hacer es que haya comunidades cristianas capaces de suscitar ese encuentro con Cristo que entusiasme, enamore y provoque. Así lo decía el papa Francisco: «En muchos lugares escasean las vocaciones a la vida sacerdotal y consagrada. Frecuentemente esto se debe a la ausencia en las comunidades de un fervor apostólico contagioso, lo cual no entusiasma ni suscita atractivo. Donde hay vida, fervor, ganas de llevar a Cristo a los demás, surgen vocaciones genuinas».

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