lunes, 15 de junio de 2020

Mensaje del Obispo Electo de Huelva, Monseñor D. Santiago Gómez Sierra.

Al Obispo Administrador Apostólico de la diócesis de Huelva,a los sacerdotes y diáconos, a los religiosos y religiosas y a todos los fieles laicos.

Queridos hermanos y hermanas:

Cuando me dirijo por primera vez a vosotros como obispo electo de la diócesis, mis primeras palabras no pueden ser más que para expresar mi ilusión y alegría por empezar a caminar con el Pueblo de Dios que se me ha encomendado. A la vez, renuevo mi confianza en el Señor, que siempre da las gracias necesarias para la misión que nos encomienda. Y mi gratitud al Papa Francisco por la confianza que manifiesta al haberme elegido para este ministerio.

Saludo con afecto a mi hermano en el episcopado D. José Vilaplana, que desde que conoció mi designación para Huelva no ha dejado de expresarme su satisfacción y alegría, adelantándose en vuestro nombre a acogerme fraternalmente.

A los sacerdotes y diáconos, a los seminaristas, a los religiosos y religiosas, a las parroquias, movimientos y asociaciones, hermandades y cofradías, y a todas las familias os manifiesto mi estima y disponibilidad. Espero que me recibáis como miembro de la familia de Dios. Estoy seguro de que me haréis sitio en vuestro corazón. Juntos continuaremos respondiendo con fidelidad al envío misionero del Señor Jesús: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16, 15); y seguiremos avanzando en el camino de la conversión pastoral y misionera, como nos pide el Papa Francisco.

También saludo con respeto a las autoridades civiles, militares, judiciales y universitarias de la provincia y de la ciudad de Huelva. Sabemos que la tarea de construir una sociedad cada día más justa, solidaria y fraterna, que no descarte a nadie, particularmente, a los más pobres, necesita el esfuerzo de todos los ciudadanos. Deseo unir mi esfuerzo a los vuestros para hacer realidad esta aspiración que todos compartimos.

No voy a vosotros con un programa particular. Más bien tengo en mi mente las palabras de San Juan Pablo II al comienzo del nuevo milenio: “El programa ya existe. Es el de siempre (…) Se centra en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste” (NMI, 29). Entre todos seguiremos buscando el camino más conveniente para anunciar con obras y palabras nuestra fe en Jesucristo.

Me encomiendo a los santos de la iglesia particular de Huelva, a San Leandro, patrono de la diócesis, a San Walabonso y Santa María, nacidos en Niebla, y al beato Vicente Ramírez de San José de Ayamonte. Y de una manera especial acudo a la madre y patrona de la diócesis, la Inmaculada Concepción, la Santísima Virgen María, querida por vosotros en tantas entrañables advocaciones. Tenedme presente en vuestras oraciones.

✠ Santiago Gómez Sierra, Obispo electo de Huelva.

jueves, 19 de marzo de 2020

San José, Día del Seminario.

La solemnidad de san José es para la Iglesia en España la ocasión apropiada para ayudar a todo el Pueblo de Dios a tomar conciencia de la importancia del Seminario Diocesano, casa y corazón de la diócesis, donde germinan las semillas de las vocaciones al sacerdocio ministerial. Desde hace bastantes años estamos llevando a cabo estas jornadas de la Campaña del Seminario en un contexto de honda preocupación por el descenso de candidatos al sacerdocio. Ya decía san Juan Pablo II que «la falta de vocaciones es ciertamente la tristeza de cada Iglesia», y esta era la razón por la cual «la pastoral vocacional exige ser acogida, sobre todo hoy, con nuevo, vigoroso y más decidido compromiso por parte de todos los miembros de la Iglesia» (PDV, n. 34). Los Obispos españoles, por su parte, ofrecieron una carta pastoral sobre esta temática y lejos de quedarnos en una inútil tristeza, nos decían que «es la hora de la fe, la hora de la confianza en el Señor que nos envía mar adentro a seguir echando las redes en la tarea ineludible de la pastoral vocacional». La Iglesia en España está empeñada con gozo en la tarea de la evangelización, en sintonía con las insistentes llamadas a vivir un tiempo de «conversión pastoral misionera» del Papa Francisco, en continuidad con el Concilio Vaticano II, y los papas que han pastoreado a la Iglesia universal. Todo ello nos lleva a concluir que la campaña vocacional hemos de vivirla en un contexto de evangelización y de propuesta gozosa de la vida del Evangelio, aunque este año con la oración por las vocaciones por la pandemia del coronavirus que nos ha obligado a posponer la campaña. El lema elegido para esta campaña, «Pastores misioneros», intenta recoger, sin agotarla, la identidad del sacerdocio ministerial. Los sacerdotes, en cuanto que participan del sacerdocio de Cristo Cabeza, Pastor, Esposo y Siervo (PDV, n. 15), son llamados en verdad «pastores de la Iglesia»; y en cuanto enviados por Cristo, con los Apóstoles (Mt 28, 19ss), son esencialmente misioneros dentro de la Iglesia. 

      San Juan Pablo II, en el capítulo dedicado a la pastoral vocacional en la exhortación PDV, comienza citando el primer encuentro de Jesús con los primeros discípulos en el evangelio de san Juan (Jn 1, 35-42), y dice que «la Iglesia encuentra en este Evangelio de la vocación el modelo, la fuerza y el impulso de su pastoral vocacional, o sea, de su misión destinada a cuidar el nacimiento, el discernimiento y el acompañamiento de las vocaciones, en especial de las vocaciones al sacerdocio» (PDV, n. 54). Los pastores son, ante todo, discípulos de Jesús, que le buscan, le siguen y permanecen con Él. San Agustín, en su famoso sermón sobre los pastores, afirma con gran belleza: el pastor es también un cristiano, miembro del rebaño que Jesús ha congregado en torno a sí mismo. Nunca deja de ser discípulo aquel que fue llamado a ser pastor. Así lo podemos ver con claridad cuando Jesús pide confesar a Pedro tres veces su amor por Él y después le da la misión, «pastorea  a mis ovejas» (Jn 21, 15-17) y concluye con la llamada propia del discípulo: «dicho esto, añadió: sígueme» (Jn 21, 19). Todos tenemos que colaborar con el Señor en el surgimiento de nuevas vocaciones sacerdotales, lo primero y principal que hemos de hacer es que haya comunidades cristianas capaces de suscitar ese encuentro con Cristo que entusiasme, enamore y provoque. Así lo decía el papa Francisco: «En muchos lugares escasean las vocaciones a la vida sacerdotal y consagrada. Frecuentemente esto se debe a la ausencia en las comunidades de un fervor apostólico contagioso, lo cual no entusiasma ni suscita atractivo. Donde hay vida, fervor, ganas de llevar a Cristo a los demás, surgen vocaciones genuinas».

martes, 17 de marzo de 2020

Aplazada la Campaña del Día del Seminario.

Ante la pandemia del coronavirus que sufre nuestro País, la Comisión Episcopal para el Clero y Seminarios ha decidido aplazar la celebración de el Día del Seminario al domingo 3 de mayo de 2020, 4º Domingo de Pascua, celebración del Buen Pastor. Precisamente el lema de este año es «Pastores misioneros». Esta jornada se celebra habitualmente el 19 de marzo, solemnidad de San José. En las comunidades autónomas en las que no es festivo, el domingo más cercano, en este caso estaba previsto el domingo 22. 
El lema elegido para esta campaña intenta recoger, sin agotarla, la identidad del sacerdocio ministerial. Los sacerdotes, en cuanto que participan del sacerdocio de Cristo Cabeza, Pastor, Esposo y Siervo (PDV, n. 15), son llamados en verdad «pastores de la Iglesia»; y en cuanto enviados por Cristo, con los Apóstoles (Mt 28, 19ss), son esencialmente misioneros dentro de una Iglesia toda ella misionera. Ante este problema, la mejor Campaña será la oración del pueblo de Dios por nuestro Seminario, sus seminaristas y formadores.

miércoles, 26 de febrero de 2020

"Conversión Permanente". Carta Pastoral del Obispo con motivo de la Cuaresma.


         Queridos hermanos y hermanas:

       En nuestra sociedad se habla frecuentemente de formación permanente. Los profesionales se reúnen a menudo para hacer cursos que les permitan ofrecer sus servicios a la sociedad con mayor competencia, afrontando los retos que se les presentan y adquiriendo nuevos conocimientos y habilidades que les permitan “seguir al día”. De manera semejante, cada año la Cuaresma nos invita a “ponernos al día” en nuestra vida cristiana, en lo que podemos llamar conversión permanente. El Señor inició su predicación con la expresión: “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 15). Estas palabras las escucharemos el miércoles de Ceniza, aplicadas a cada uno de nosotros: conviértete. Sí, necesitamos constantemente esa exhortación porque nunca estaremos convertidos del todo. Hay aspectos de nuestra vida que necesitan ser revisados, purificados, renovados. Siempre necesitamos volver a Dios, cambiar de rumbo, darle la cara y no la espalda, porque de manera casi imperceptible nuestra mentalidad se deja seducir por comportamientos que nos alejan del Evangelio. Necesitamos, pues, esa conversión permanente.

Con frecuencia, al inicio de la Cuaresma hacemos el propósito de ser mejores personas cambiando nuestros comportamientos negativos. Esto está bien, pero necesitamos ir más al fondo de la cuestión. Y es que no es suficiente conformarse con el cumplimiento de las normas sin cuestionarnos cómo está nuestra relación con Dios. La auténtica conversión nos sitúa ante la bondad y la misericordia de Dios, nuestro Padre. Necesitamos restablecer nuestra relación paterno-filial, reconociendo que Dios nos ha amado primero (Cf. I Jn 4, 19), hasta el punto de entregarnos a su Hijo Jesucristo, muerto y resucitado por nosotros. Si tomamos conciencia de este amor tan grande y entrañable -“Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles” (Sal 103, 13)- entonces sentiremos la necesidad de corresponder a su amor, con amor de hijos que buscan agradar a Dios en todo, sin quedarse en el cumplimiento frío y superficial de sus mandatos.

La relación filial con Dios Padre nos abrirá los ojos ante nuestros semejantes para reconocerlos como hermanos y restablecer con ellos unas relaciones más auténticas que nos lleven al perdón, a la misericordia y a la ayuda mutua. Con esta perspectiva adquirirán todo su sentido las prácticas cuaresmales que la Iglesia nos propone: la oración, la limosna y el ayuno. La oración nos ayudará a encontrarnos con Dios para gustar y ver qué bueno es el Señor (Cf. Sal 34, 9). La limosna abrirá nuestro corazón de hermano para compartir nuestros bienes con aquellos que más lo necesitan. El ayuno nos permitirá renunciar a nuestros apegos y egoísmos que nos restan tiempo para Dios y generosidad con los más vulnerables. Estas tres prácticas están interrelacionadas y estarán llenas de autenticidad si las vivimos desde su más profundo sentido. Aprovechemos, queridos hermanos, este tiempo de Cuaresma y no nos detengamos en este camino de conversión que nos ayuda a identificarnos más con Jesús, nuestro Maestro, para ser discípulos cada día más fieles.

Finalmente, os invito a no vivir este tiempo en solitario: la hucha del gesto cuaresmal nos ayudará a vivirlo en familia; en la parroquia, aprovechándonos de las celebraciones penitenciales para hacer una buena confesión, de las charlas, los encuentros, los retiros, los ejercicios piadosos que se nos ofrecen; en nuestras hermandades, viviendo con sinceridad los cultos preparatorios, sin quedarnos en lo externo, sino mirándonos en el espejo de Jesucristo sufriente y de su Santísima Madre, la Virgen fiel; y también en los proyectos diocesanos, como los jueves cuaresmales de oración para jóvenes u otros encuentros que se ofrecerán en las distintas parroquias de todos los arciprestazgos. Cuando nos unimos y aunamos esfuerzos podemos comprobar, gracias a Dios, resultados preciosos, como la Casa Santa María de los Milagros, el Hogar Oasis, la Casa de la Buena Madre, el Refugio de San Sebastián y otros proyectos de solidaridad con los últimos sostenidos por muchos, a quienes agradezco su generosidad.

La Virgen María, sea cual sea la advocación con la que la invoquemos, va a estar muy presente en nuestro camino cuaresmal. Con Ella, sigamos a Cristo hasta la Cruz, para compartir el Don del Espíritu Santo, fruto del Misterio Pascual de Jesucristo, nuestro Señor.

Con todo afecto os bendigo.

+ José Vilaplana Blasco
   Obispo de Huelva

Huelva, 12 de febrero de 2020.
Fiesta de la Dedicación de la Santa Iglesia Catedral de Huelva.

sábado, 15 de febrero de 2020

Peregrinación Jubilar a Almonte.


El pasado 7 de Febrero el Seminario Diocesano de Huelva, junto con nuestro Obispo, peregrinamos a la Parroquia de la Asunción de Almonte para ganar el Jubileo con motivo de la estancia de la Virgen del Rocío en dicho templo y en conmemoración del centenario de su Coronación Canónica. Partimos desde el Chaparral en peregrinación, acompañados por un nutrido grupo de jóvenes almonteños y alumnos de nuestro Colegio Diocesano, hacia la Parroquia donde se encuentra la Virgen desde el pasado mes de agosto. Comenzamos la celebración con el rezo del Santo Rosario a los pies de la Virgen para continuar con la Santa Misa presidida por nuestro Obispo, D. José Vilaplana Blasco, y concelebrada por nuestro Rector, nuestro Padre Espiritual y el Vicario Parroquial de Almonte. En la homilía el Obispo nos animaba a “ser como María, dispuesta siempre y por entero a la voluntad del Padre” y nos invitaba en este tiempo jubilar a “vivir la misericordia en las cosas pequeñas y cotidianas, aprovechando este tiempo propicio que la Iglesia nos regala”. Agradecemos a la Parroquia de Almonte, Sacerdotes, Catequistas y Hermandad Matriz la acogida y ayuda que nos brindaron. Ante la Virgen rezamos por nuestro Seminario y por nuestra Diócesis, para que el Señor siga enviando muchas y santas vocaciones para nuestra Iglesia de Huelva.